Unos dientes pueden cambiarte la vida. Lo digo así, directo, porque para mí los implantes dentales no han sido solo una cuestión de estética, sino una especie de renacer. Os cuento mi historia porque espero que sirva de ejemplo para otras personas. Y voy directo al grano.
Recuerdo que al principio me resistía a la idea de los implantes. Me decía: “¿Para qué voy a meterme en algo tan caro y complicado? Pero la verdad es que no estaba acostumbrado, lo que pasaba es que tenía miedo. Tenía que evitar ciertos alimentos, no podía disfrutar de cosas tan simples como una manzana o un buen bocadillo de chorizo.
Y ni hablar de las comidas familiares. Siempre me las arreglaba para que no se notara que estaba luchando con lo que había en el plato. Era imposible en Navidad comer marisco o durante las fiestas del pueblo hincarle el diente al lechazo que tan bueno hacía mi madre.
Así que nada, me puse manos a la obra. El proceso de los implantes no fue sencillo. Hubo citas, pruebas, radiografías, nervios… y algún que otro momento de dolor. Pero desde el primer día que me colocaron la prótesis provisional, noté la diferencia.
Estaba claro que la gente de la clínica Dental Clara Santos había hecho muy bien su trabajo y era como si me hubieran devuelto una parte de mí que llevaba años escondida.
Cuando por fin tuve los dientes definitivos, me vi en el espejo y no pude evitar llorar un poco. Sí, lo reconozco soy un poco moñas. No porque de repente pareciera otra persona, sino porque me reconocí. Sentí que recuperaba confianza.
Mis amigos también
Lo más curioso es que este cambio no lo he vivido solo. En mi grupo de amigos también han pasado cosas parecidas.
Por ejemplo, Paco, con cincuenta años, decidió ponerse aparato. Siempre había tenido los dientes torcidos, y aunque no le molestaban demasiado para comer, le acomplejaba mucho cuando tenía que hablar en público.
Me acuerdo de que, cuando me lo contó, se reía diciendo: “A mi edad, con brackets, parezco un adolescente tardío”. Al principio lo vivió con cierta vergüenza, pero poco a poco se le pasó, es que es una moda muy saludable, mucho mejor que la de las hombreras. Ahora luce una sonrisa alineada, y lo mejor es que se nota en cómo se expresa: habla con más seguridad, se anima a dar charlas, y hasta bromea con que el aparato le quitó diez años de encima.
Otra amiga, Carmen, optó por carillas porque tenía los dientes desgastados y manchados. Siempre había sido muy coqueta, pero evitaba las fotos porque sentía que su sonrisa ya no era la misma. Hoy es la primera en posar cuando quedamos. Es más creo que luchamos por ver quién luce la sonrisa mejor.
Todas estas experiencias me hicieron darme cuenta de que la salud dental no es solo una cuestión médica o estética, sino algo profundamente ligado a cómo nos sentimos con nosotros mismos. A veces pensamos que lo importante está en lo que no se ve: el corazón, la mente, las emociones. Y sí, es cierto, pero también es verdad que la boca es una puerta de entrada al mundo. Sonreír, hablar, comer con otros, besar… todo pasa por ahí.
En mi caso, el cambio fue tan grande que hasta mi ánimo mejoró. Antes me daba pereza salir o conocer gente nueva, porque me limitaba a mí mismo pensando en lo que iban a notar. Ahora me sorprendo diciendo sí a más planes, probando comidas que llevaba años sin tocar, disfrutando de cosas que había olvidado. Incluso en el trabajo, esa confianza se refleja: me atrevo a dar mi opinión con más firmeza, a participar en reuniones sin esconderme.
Sé que hay quien piensa que estas cosas son superficiales, que lo importante es aceptarse tal y como uno es. Yo estoy de acuerdo, pero también creo que aceptar no significa resignarse. Aceptar es reconocer lo que nos pasa y decidir qué hacer con ello. Yo acepté que me faltaban dientes y que eso me hacía daño, y también acepté que quería cambiarlo. El resultado no solo se ve en mi boca, sino en toda mi manera de estar en el mundo.
Así que ya ves con esta historia, toda verídica, como los implantes dentales me han devuelto algo más que una sonrisa. Me han devuelto las ganas de vivir, y lo grito alto sin rubor. Y cuando hablo con mis amigos que han pasado por otros procesos, me doy cuenta de que todos compartimos la misma sensación de haber ganado calidad de vida. Así que ponle una sonrisa a tu vida.