Ah, San Valentín. Es probable que al homo sapiens medio de sexo masculino le sea imposible memorizar y recordar fechas señaladas como el aniversario de su relación sentimental o el cumpleaños de su pareja o cónyuge, tanto más en tiempos en los que dispone de las redes sociales como principal herramienta de secretariado a jornada parcial y espía a tiempo completo. Sin embargo, todo hombre sabe que una vez iniciado febrero se aproxima una fecha señalada en rojo, quizás por medio de un contorno en forma de tierno corazoncito, en la cual ha de volcar su versión más romántica y entregada –probablemente también en compensación por los anteriores olvidos-.
Es ahí cuando el ingenio del macho, individuo sensible y conquistador, le hace combinar de forma intuitiva un regalo que intuye placentero, como la reserva de una habitación en un hotel de 5 estrellas en Barcelona, con una acción impelida por el instinto y el deseo desenfrenado, acuciada por las expectativas de una noche de amor, caso de la compra de condones a granel. Por supuesto, la visualización de las posibilidades de un hotel de lujo solo se da entre los especímenes más evolucionados. Por lo general, un tique de descuento para tratamientos de cosmética natural, previamente arrancado de la guía telefónica de 2012, o un paseo gratis y a toda velocidad por los almacenes de aquel primo suyo metido a mayorista de ropa de mujer, se consideran incentivos suficientes como para cumplir en el aspecto romántico.
No obstante, en caso de decepción, el homo sapiens medio de sexo masculino siempre podrá acudir a su intelecto racional y ponderado y aducir ante su parienta que todo este embrollo de San Valentín no es más que un invento de los pérfidos publicistas de Madison Avenue, Nueva York, Estados Unidos, creado ex profeso para incrementar los beneficios en el negocio de la ropa de mujer, los zapatos de fiesta, los bombones rancios, las postales cutres y los peluches horteras. Acuérdense y reproduzcan el discurso de Don Draper, macho alfa de la serie Mad Men, cuando confesaba que “lo que usted llama amor es algo que hemos inventado tipos como yo para vender medias”. Después, traten de esquivar el bofetón que se les venga encima.
Y es que el bolero y las telenovelas han causado más perjuicio a la humanidad que el inventor de las citas por internet. Ya no se exige como peaje para pasar en paz el día 14 de febrero un simple beso apasionado, un ocurrente poema henchido de amor incondicional o un entrañable cuadro confeccionado con macarrones con un “Almudena, te quiero” garabateado al dorso. En el caso del infravalorado universo de los regalos manufacturados, menos que trucar un vídeo con el Movie Maker para convertirla en protagonista de su propio thriller romántico en brazos de Mario Casas o llevar a casa en vuelo privado desde Canadá a Justin Bieber para que le cante en persona su hit favorito, es considerado motivo de ruptura procedente, sin derecho a futura subvención sexual por desempleo.
En cualquier caso, si tu pareja se muestra inconmovible hacia tus astutas tretas de Don Juan de pueblo chico y exige una satisfacción material, desde este artículo te aconsejamos evitar unas cuantas situaciones peliagudas para tu estabilidad de pareja:
- Si es una cena romántica, que sea una cena romántica. Esto quiere decir que, ya que pagas y tienes el detalle de proponer una cena íntima y sensual, que el ambiente sea acorde a dichas intenciones. O sea, que llevarla al Burger o arrastrarla al bar donde luego estarán tus colegas solventando la pocha de los martes, no cuenta como cena romántica. Tampoco ponerla una vela en los ojos y llevarla a casa de padres para degustar aquella lasaña que le has encargado a tu madre porque te gustaba tanto de niño. No seas cenutrio y deja que elija la muchacha elija restaurante o menú.
- Tus aficiones no son sus aficiones. Entradas dobles para ver el Atlético de Madrid – Club Deportivo Numancia correspondiente a la vuelta de octavos de final de Copa del Rey en medio del Frente Atlético no es una opción recomendable a menos que tu chica posea una insignia de oro y brillantes por su dedicación y amor al club rojiblanco.
- No es necesario gastar millones, pero sí hacer que se note el esfuerzo: Si vas a comprar un perfume, no bajes esa misma tarde en chándal a comprarlo a la multitienda china de enfrente de casa. Decántate por una inspección somera acompañado de un especialista, describe los gustos y hábitos de tu pareja y opta por comparar una fragancia acorde a su personalidad. Y no, tu abuela, ni tu tía Pili, ni Paco, tu compañero de mus de los domingos, no son ese especialista del que hablamos.
- A todo el mundo le gusta el cine, pero no todas las películas. Si tu chica es cinéfila, nada mejor que un pase gratis para entrar al cine. Eso sí, preocúpate por adaptarte a sus apetencias cinematográficas no la arrastres al estreno del ultimo duelo entre Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone (por muy buena que parezca a primera vista).
- Di no a los regalos de doble filo. Sabemos que pediste la Play Station 4 a los Reyes Magos y el mezquino de Melchor ni siquiera se dignó en dejarte un mando como garantía de futuro regalo. Duele, pero no aproveches a endilgarle a tu novia una Play Station 4 que, en realidad, está destinada a tu uso y disfrute exclusivo. A no ser que creas que el riesgo de bronca y ruptura compensa la jugada.
- Las fotos, solo en marco. No se te ocurra creer que, tal y como se ve en el escaparate de aquella tienda de fotos del barrio, una imagen de tú y tu chiva compartiendo una piña colada en Benidorm quedaría genial impresa en un cojín. No es así. No será más que otro de los objetos a ocultar con una manta en caso de posibles visitas a casa.
- Manuales de autoayuda. Regalarle a tu novia un libro titulado Cómo calmar tus inexplicables prontos, Cómo satisfacer a tu pareja en la cama y, sobre todo, el inefable Cásate y se sumisa será considerado una ofensa directa hacia su persona y su dignidad como mujer y ser humano.
- Un vale. Los vales no valen, por el amor de Dios. Solo demostrarán tu infinita pereza incluso para tener un detalle para con tu media naranja. ¡Espabila, chaval!