Destapando la traducción jurada

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Para triunfar en literatura escribiendo novelas debes tener claro que vas a necesitar un buen traductor, personalmente recomiendo este traductor jurado oficial porque el hecho de que esté bajo la firma del Gobierno ofrece confianza.

En una de sus novelas, creo recordar que en la titulada Corazón tan blanco (1992), Javier Marías crea una bellísima escena en la que un traductor jurado oficial y su homóloga establecen una conversación de amor en mitad de una traducción en un organismo institucional. A través de un código que solo conocen ellos, la conversación fluye mientras ambos traducen las respectivas diatribas de sus traducidos. Durante toda la novela, la interpretación y la traducción de textos, gestos y todo tipo de signos es primordial. Tanto que se puede asegurar que es una de las líneas temáticas que el escritor insufla a su libro, uno de los trabajos más aclamados de la carrera literaria de este escritor madrileño, junto a Mañana en la batalla piensa en mí (1995) y el más reciente Los enamoramientos (2011).

La inclusión de esta escena entre los traductores no es banal, ni siquiera una cuestión de ficción o imaginación propia del escritor. Javier Marías trabajó como traductor numerosos años, antes de ser reconocido como escritor y de ser “galardonado” con su inclusión en la Real Academia Española de la Lengua, en la que ocupa el sillón que porta la letra R. Por lo tanto, entendemos que Marías conoce bien ese mundo en el que sitúa una de las escenas más emotivas y divertidas de toda su trayectoria, el de los traductores e intérpretes de textos, conferencias, etc.

Pero, ¿y nosotros, los seres humanos comunes?, ¿conocemos la labor que desempeña un traductor más allá de la imagen colectiva de sus interpretaciones a otros idiomas? La figura del traductor jurado quizás sea una total desconocida aún hoy en día. La labor desempeñada por este gremio es reconocida por el Ministerio de Asuntos Exteriores e implica su disposición para comparecencias en un juzgado, organismo internacional o en otro tipo de declaraciones formales que precisen de la traslación del texto (o de su espíritu) a otros idiomas. El trabajo de los traductores jurados no solo implica, en cambio, este tipo de mundos que podríamos llamar grandilocuentes, en el sentido de que se desarrolla su trabajo en organismos oficiales e internacionales. También existen otras labores más cotidianas en las que el traductor jurado tiene que llevar a cabo sus funciones, como por ejemplo la rutina de los ayuntamientos, las notarías, los juzgados o las universidades, en las que aterrizan multitud de documentos que necesitan de su intervención para la traducción y adecuación.

“La necesidad de contar con una traducción jurada es más habitual de lo que parece”, asegura la web de Jti, una empresa dedicada a este tipo de prácticas. En efecto, la traducción jurada es una labor desconocida por norma general, pero que se efectúa en casi todos los organismos que se nos puedan ocurrir. En este sentido, como en casi todos, la experiencia es un grado, quizás el más importante, a la hora de ofrecer y garantizar el servicio de mayor calidad en la traducción jurada. Para aquellos que aún estén con la duda de qué significa exactamente el término “traducción jurada” se puede resumir en la traducción certificada mediante una firma y sello del traductor jurado. Se le confiere carácter oficial a través de este sello gubernamental para que el documento tenga la misma validez que el original, algo muy importante en según qué casos, y que solo puede ser efectuado por vía de uno de estos profesionales. Los traductores jurados siempre los nombra el Ministerio de Asuntos Exteriores en casi todos los casos. Existen excepciones, como los de Galicia, nombrados por la Xunta, los de Catalunya, para quienes hace lo propio la Dirección General de Política Lingüística de la Generalitat o los de Euskadi, para los que el Gobierno Vasco hace la función del Ministerio. Lo mismo ocurre con los países extranjeros. Cada uno tiene sus normas propias para el nombramiento de esta figura, que depende de las normativas internas de cada nación. Mientras que en España ocurre lo que acabamos de explicar, en Reino Unido, por ejemplo, ni siquiera existe la figura del traductor jurado como tal, sino que es un abogado el que certifica la “oficialidad” de la traducción, y en Bélgica se realiza una formación para optar al puesto.

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