Como dice la humorista argentina Charo López en uno de los ‘sketches’ del programa Cualca: “¿Cómo que te casás? ¿Pero vos sos gay? ¿No? Ah, pero yo pensé que los gays se casaban ahora nada más… ¿Es que es muy religiosa? ¿No? Rarísimo…” Pues sí, por lo visto la gente aún se casa. Aunque la cifra de matrimonios lleve los últimos treinta y cinco años en caída libre y alcanzase su número más bajo en el 2011, se ha producido un pequeño repunte en los dos últimos años. Las bodas civiles se han consolidado frente a las ceremonias religiosas y ahora dos de cada tres se producen fuera del seno de la Iglesia, pero eso sí, ya no abundan los matrimonios jóvenes y la media de edad se sitúa por encima de los treinta. Y es que al fin y al cabo, estas raves del amor son causa de más de un disgusto cuando llega el fatídico momento de prepararlas. No he encontrado estadísticas sobre el número de divorcios que ha provocado la organización de bodas, pero me imagino que el Gobierno, la CIA, los servicios de catering para bodas o los negocios de alquiler de trajes han decidido silenciar estos datos para no asustar a la población.
Si ya hemos tomado la firme decisión de contraer nupcias o alguien la ha tomado por nosotros y no hemos sabido decir que no (también pasa y probablemente no solo dentro de mi imaginación), el primer paso es respirar profundo y el segundo empezar a mirar empresas que se dediquen a hacer que tu gran día parezca sacado de un guion de una película de Walt Disney (pero sin las muertes dramáticas al inicio ni el antisemitismo). Lo bueno de contratar a expertos, es que manejan hasta el más mínimo detalle y suelen tener muchos tipos de formatos que seguramente se adecúen al gusto particular de cada pareja. Con esto nos quitamos gran parte del trabajo y lo dejamos tranquilamente en manos de profesionales. Y es que son muchas cosas a tener en cuenta: desde el protocolo a seguir, la decoración, las flores, el banquete, etc. No se ocupan de los niños pequeños llorando ni de tu cuñado agitando una copa de vino y contando chistes faltones, pero en el resto de cosas intentan no dejar margen al error.
Incluso ahora existen estos cursos de wedding planner en los que te enseñan actividades como negociar convenios de cooperación, fórmulas mercantiles en este terreno, análisis de mercado o, también, diferentes ideas para el vestuario e ideas originales para ese día. Como veis ya está todo inventado, salvo el monopatín flotante de Regreso al Futuro.
El medio natural de las bodas y lo que sustenta todo el negocio asociado a estas se encuentra fuertemente arraigado en los pueblos. Si alguna vez habéis asistido a una allí, habréis podido observar cómo, de un pueblo de sesenta habitantes (sin contar vacas ni perros), se organiza un evento al que asisten cientos de personas. Porque claro, las bodas en los pueblos son el acto más esperado del año junto a la parrillada a la salida de misa de después de la cuaresma, y tienes que invitar a todos los vecinos más al primo de tu padre que vive en el pueblo de al lado, a la familia de la hija de la panadera que te invitó a su boda el año pasado, a la Conchi y a la Rosa, que las pobres viven solas y ya te tienen comprado un regalo, al párroco… En fin, que desde que se oficiase la primera boda la gente ha ido repartiendo invitaciones por compromiso sin saber cómo frenar toda esa locura. El problema de esto es que tienes que tener precisión de cirujano a la hora de colocar a los invitados en sus mesas, porque, de asistir a un banquete alegre y festivo a presenciar un Puerto Hurraco 2.0 solo hay un par de metros más o menos entre las mesas de enemigos irreconciliables de dos pueblos rivales o unos que se disputan la herencia de un pedazo de tierra de labranza. Hay que tener en cuenta que la boda se acaba antes de la barra libre. Una vez que aparecen las corbatas en la cabeza, las camisas chillonas desabrochadas, las peleas y el Paquito el chocolatero ya no existe la ley.
En la ciudad la cosa cambia un poco. Aunque las estadísticas se empeñen en mostrarnos las pocas ganas que tiene la gente hoy en día de casarse, lo cierto es que llegas a un punto, quizá cosa de la edad o de que estás enganchado a las ‘sitcoms‘ del pelaje de Cómo conocí a vuestra madre, en el que te das cuenta de que todo el mundo a tu alrededor se casa el próximo verano y descubres en Facebook que ese amigo que hace tiempo que no ves está esperando su primer hijo y esa novia con ortodoncia que tuviste en el instituto se casó en otoño en una playa de la costa griega. Y es que hay ciertas personas que ya no se casan (solo) por amor, sino por el evento en sí. Ahora lo ‘vintage’ está de moda e ir a una boda es casi el nuevo ir a un festival de música ‘indie’. Porque, ¿quién no querría lucir por una vez un fastuoso vestido blanco aderezado con las joyas de tu abuela? ¿O un novio llevando un esmoquin clásico y dejando entrever unos cuantos tatuajes de carabelas o triángulos en el antebrazo? ¿Qué le pasa a esta gente que ahora se tatúan triángulos? Y claro, todo esto sirve de poco sin un fotógrafo competente que congele esos instantes para luego colgarlos, como buen proyecto de ‘it-girl’ que eres, en tu blog. Justo entre tu post de Gatos y ‘cupcakes’ y tu análisis de la moda con fotos de chicas con actitud superintensa y con tazas de café sobre la cama. ¡Sobre la cama! Desde aquí oigo los chasquidos con la boca de mi madre mientras niega con la cabeza. Y es que ese es un apartado importantísimo en estas celebraciones, porque los ‘likes’ que vas a conseguir en Instagram después no tienen precio.
Eso sí, algo en lo que una boda de ciudad supera a una de pueblo es en el banquete. En las de ciudad el banquete será plato único consistente en un ‘gin-tonic’. De esos de bar de modernos de Madrid, donde te los puedes encontrar con ginebra, tónica y otros miles de ingredientes como piel de limón, frutos rojos, flores, un filete ruso, garbanzos o una familia de japoneses que se ha extraviado.
Ahora para finalizar tendríamos que hablar de las verdaderas bodas: esas en las que él va disfrazado de Elvis Presley, ella de Marilyn Monroe y el tipo que oficia la ceremonia en el local al lado del casino está cumpliendo la condicional y tiene una pulsera telemática en el tobillo. Lamentablemente, con el fiasco de Eurovegas es un sueño que aquí se ha derrumbado. También está el curioso dato de que actualmente en España se producen unos tres divorcios por cada cuatro matrimonios, pero eso es un tema que mejor sacamos a debate en otro momento.