El otro día, experimentado una deliciosa y angelical sesión de masajes orientales en Barcelona por cortesía de mi Santa, que siempre sabe lo que quiero por mi cumpleaños, en el Evasiom Spa concretamente, me dio por pensar en la cantidad de inventos raros y de ocurrencias extrañas que ha tenido la humanidad para encontrar un poco de relajación masajeada en este valle de lágrimas. Por fortuna, los masajes tailandeses y los baños de esencias florales son las experiencias más exóticas que uno puede regalarse al cuerpo por estos lares, pero está claro que hay gente que no se conforma con que su pareja le acaricie la parte interior del antebrazo, la que da cosquillas y gustirrinín, para relajarse después de un largo día de trabajo mientras ve una peli de Jason Statham en la tele. Con investigar un poco en internet, uno descubre un montón de costumbres de dudosa capacidad desestresante que, esperemos, no terminen por ponerse de moda en España, probablemente agarradas de las barbas de los hipsters más irreductibles. No se fíen, que todos ellos son Made in China.
En el primero de ellos, el masajista es probable que no tenga un título de fisioterapia oficial. De hecho, no se molesta siquiera en ponerse un batín que le confiera un aire profesional. No se asuste, porque sí, administra el masaje como Dios le trajo al mundo. Pero tiene una explicación: es un elefante de cinco toneladas de peso. ¿Y cómo funciona el invento? Pues como cualquier masaje, el paciente se tumba cuan largo es sobre una superficie rígida y estable (en este caso el duro suelo) y espera cómodamente a que, con total solemnidad profesional, el elefante le pise la espalda con delicadeza, imaginamos que palpando las contracturas y los temibles puntos gatillo escondidos bajo la torturada piel. No conocemos su eficacia, pero por el momento tampoco se conocen víctimas de su aplicación. Por más que recuerde a aquellos métodos de ejecución por aplastamiento por elefante –con ocasional desmembramiento- que se empleaban en el sudeste asiático hasta hace unos pocos siglos.
Sin embargo, los elefantes no son los únicos animales aficionados a la quiropraxis y los tratamientos de spa. Otra de las técnicas más apreciadas de masaje que describiremos en esta lista es el que practican los ofidios. Sí, serpientes. No tienen manos –que digo manos, extremidades- con las que presionar y amasar los fatigados músculos de su paciente, pero son tan voluntariosas y se encuentran tan motivadas para la tarea que solo con depositar el peso de su cuerpo y reptar trazando movimientos ondulados sobre el cuerpo consiguen descargar las tensiones de hasta la nuca más atrofiada por la oficina y el ordenador -menos la de Indiana Jones, que no tenía una relación muy allá con estos amables bichos-. Y cuando no hay disponible una pitón birmana de casi cien kilos de peso, bien vale acudir a los cuidados colectivos de un grupo de cinco o seis serpientes de menor tamaño que, en acción conjunta, se retuerzan y friccionen sobre los omóplatos de uno.
Y, ya que estamos en el reino animal tan a gustito, completamos el trío de animales intrusistas en la fisioterapia con los caracoles. Solo observar su lentitud ya relaja. Pero que además te los froten concienzudamente por toda la cara no encuentra comparación alguna con ninguna maravilla del masaje que pueda anunciar la teletienda a eso de las cuatro de la madrugada. Por supuesto, no les hace falta aceite para aplicar su masaje sin afectar a la sufrida epidermis del cliente. Con babearla toda les basta. Como saben, las babas de caracol ejercen un efecto rejuvenecedor y antioxidante sobre el cutis. Por si se atrevían a quejarse, que nos conocemos.
De todas formas, el masaje más bestia queda para el final, y lo aplica uno de los mayores peligros que conoce la naturaleza: una posadolescente tatuada que está hasta las narices de trabajar. La receta es harto sencilla. El cliente se sienta en una de las salas de masaje de la clínica, sita en San Francisco, Estados Unidos, y respira hondo hasta hallar la paz de espíritu. Es entonces cuando la masajista autorizada y certificada procede a desvelar su arte milenario, traído de allende el Pacífico, y le propina una buena ración de guantazos al susodicho masajeado en la zona que va de los morros a la cepa de la oreja, la conocida como el triángulo de la muerte de la tensión del día a día. Los resultados son relajantes a la par que reconstructores de la firmeza de la piel del rostro, una perfecta y saludable alternativa al bótox y la cirugía estética. ¿El precio? Módico. 350 dólares americanos por cada lado de la cara.
Casi mejor retornar a la placidez y la gozosa calma que proporcionan los masajes relajantes de Evasiom Spa…